La abuela de Pedro

, por Martín Gaitán

— ¿Qué tiene la abuela?

— Que anda rara.

— Usted sabe que la abuela está enferma mi’jito.

— Ya lo sé papá.

— ¿Entonces?

— Pero es que anda rara en serio. Usted no se da cuenta porque está todo el día en la cosecha, pero casi ni me habla y ya no quiere caminar, se sienta en la mecedora y se queda allí mirándome. Mira como si no conociera. Se hamaca y mira. Los ratos se pasa así: mirando, mirando.

— Son los años, mi’jito. La abuela está viejita.

— Papá, ¿usted se ha dado cuenta que ella tiene ahora los ojitos blancos?

— No.

— Y si tiene los ojitos blancos, dígame papá, ¿por dónde mira?

— ...

— ¿Se ha dado cuenta que a la abuela se le cae el pelo de a mechones?

— M’ijo!...

— ¿Y que babea y babea? Parece el Juanito como se babea.

— ...

— La abuela está rara, papá. Hace días que no se ríe y ya no me cuenta historias de esas que me gustan. Come sin ganas, camina sin ganas, todo sin ganas. Al Juanito no le cambia más los pañales, lo hago yo cuando me canso de verlo cagado. La abuela se pasa los ratos en la mecedora mirándome con esos ojos blancos. Yo le hablo y ella no dice nada o a veces dice cosas que no entiendo. A veces se ríe, pero se ríe sola, despacito se ríe, casi no se la escucha, pero pone cara de que se ríe.

— Escuche mi’jito, yo sé que usted la quiere mucho a su abuela y que no le gusta verla así, pero son cosas de la vida, cuando uno se hace grande como la abuela le vienen más enfermedades. ¿Me entiende?

— No papá, yo creo usted sabe lo que pasa, que la abuela se murió. Se murió como se murió el abuelo.

— ¡Pedro!

— Sí papá, yo creo que la abuela se murió y necesita que alguien le avise.

— ¡Mocoso atrevido!

— Escuche papá, usted no duerme en la misma pieza que ella.

— Eso no tiene que ver.

— Yo sí. ¿Se acuerda cuando me llevó al cementerio? La abuela huele así de feo. Y en la noche cuando no corre viento se siente más el olor.

— ...

— Papá...

— ...

— Papá...

— Diga.

— Por qué no le avisa a la abuela que se nos murió. Tráigale un cajón y dígale que se meta adentro. Después yo le ayudo a enterrarla. La llevamos lejos, río abajo, bien afuera de la plantación.

— ...

— Déle papá, dígale que se meta en el cajón. Dígaselo antes de que sea tarde, antes de que se vaya como se fue el abuelo, antes de que termine asustando a los vecinos saliendo a la noche por los maizales.