Distinto

, por Martín Gaitán

José es mi psicólogo. El tipo me cae bien: se sienta normal, no huele a sahumerio, no cita constantemente los libros que leyó, siempre tiene problemas con los horarios y, de vez en cuando, dice cosas que me dejan pensando. No es difícil, creerán algunos; si algo me cuesta es frenar la cabeza. Pero José logra que piense en mí.

La última vez que nos vimos fue una de esas veces. Me preguntó (José opina y pregunta, nunca afirma) porqué todo el tiempo hago cosas para ser diferente, para sentirme distinto, para quedar de alguna forma "fuera del mundo" y pretendo al mismo tiempo cambiarlo.

Fue al final de la sesión. Justo después se levantó, me sonrió y me saludó como siempre: "Doctor, hasta la semana que viene", me dice. Probablemente lo haga a propósito, tiene esa costumbre de dejarme con el pensamiento en la punta de la sien. Durante estos dias muchas cosas fermentaron ese pensamiento, y la graduación a la que llegó casi me emborracha.

La semana pasada hizo calor. Para ir a la facultad, entre la ropa limpia que me quedaba elegí una camisa de bambula que me regaló mi vieja. Fresquita, fácil de lavar, y encima me gusta. A la mañana fue un profesor el del chascarrillo: "¿Viene de buscar trabajo, señor?". A la tarde un compañero, de esos a los que no les conozco el nombre: "Linda la camisa, eh ...¿para hombre no había?".

Abundan en mi facultad los de esa estirpe. Personas que se definen más por su pertenencia a una clase que por su individualidad. Profesores que me hacen sacar el gorro de lana en pleno invierno en un aula sin calefacción, mientras se acomodan su falocrática y absurda corbata. Compañeros que tratan al "Ingeniero" con pleitesía digna de la monarquía, con la certeza, supongo, de que pronto les llegará el turno de cosechar su siembra.

Como si no hubiera cosas para preocuparse, pensaba. Entonces iban 7 días de desaparición de Jorge Julio López. Hay un nuevo desaparecido en la Argentina, y en la prensa cuentan los dias como cuentan la cantidad de recitales que dará Ricardo Arjona. ¡Hay un nuevo desaparecido en la Argentina! ¿Nunca Más? ¿No pertenecián estas palabras "a todo el pueblo argentino"? ¿Dónde está todo el pueblo? ¿Sacando las entradas para River-Boca?

Y esto es algo que nos queda bien cerca. Si levantamos un poco la vista, tenemos al Senado de EE.UU. discutiendo sobre si el submarino húmedo es tortura o no. Este mismo Senado, con la aprobación de algunos demócratas y casi todos los republicanos decidió que los sospechosos no tienen derecho al habeas corpus y en definitiva remite al presidente la decisión del tratamiento a otorgar. La cuestión que se discute en EE.UU. es si la tortura es un medio eficiente para recolectar información, no si ésta es algo repugnante a la condición humana. Y el mundo indiferente.

Tato Plavlovsky publica hoy en la contratapa de página/12 una nota que condensa muchas de estas sensaciones que vivo a diario. Habla del pensamiento del “hombre común”, el que no se “mete” en política, ese con el que, según José, me esfuerzo por diferenciarme pero a la vez necesito.

Pavlovsky escribe con la sensatez que le dieron sus años y su militancia, y desde ahí no procura eufemismos para apuntar sobre la sociedad que tenemos. Después de todo, Menem ganó tres elecciones a presidente, y Blumberg lleva más gente a la plaza que las que van los 24 de marzo.

José se equivoca en algo: no soy el que "pretende cambiarlo". Pretendo que el mundo cambie, sí, pero sin el sabor a egolatría. Sólo quiero ser parte. Me siento responsable, a veces avergonzado, otras tanta indignado, lleno de bronca. Serán precios a pagar para darse cuenta de algunas cosas.

Leí en algun lado que la mejor inteligencia es la que nos ayuda a ser más felices. Creo que es cierto. Pero tambien lo es que nunca se puede ser feliz si el mundo acaba en nuestro ombligo, o al menos, será esa una felicidad muy mezquina, casi insignificante.

Necesito ser distinto, como todos. Necesito ser yo y necesito ser parte. No se trata de la ropa, del pelo o los zapatos. Se trata de que me niego a cerrar los ojos, y aunque duela, quiero tenerlos abiertos para encontrar a los muchos como yo.