Contrastes

, por Martín Gaitán

Hagamos un experimento imaginario. Vayamos a la parada de colectivos más multitudinaria de la ciudad (Plaza San Martín, en Córdoba; Sarmiento y Avenida, en Neuquén) y preguntémosle a la gente, al azar, qué recuerdan de Fernando de la Rúa. Tengo el firme presentimiento de que muchos recordarán más su caricaturización de tipo lento, despistado, frío y un poco inútil. Lo que recordará la gente, intuyo, es la imitación de TV que por entonces se hacía, más que al mismo hombre, a sus devastadoras decisiones y a los muchos muertos que dejó antes de escapar.

Y aquí el peligro: bajo esas no muy seductoras cualidades que las televisión exageró se solapan y difuminan otras mucho peores: el cinismo, el doble discurso, la corrupción y las más recalcitrantes políticas contra el pueblo de las cuales fue, haya querido o no, la mano y no el títere.

Algo así, me temo, es W. (así, con puntito), la última película de Oliver Stone: una caricaturización del presidente más bobo (pero a la vez bastante vivo para llegar a donde llegó) de la historia de Estados Unidos, que resaltando su grotesca estupidez se vuelve indulgente en la parcialización de las hechos.

¿Qué quiso hacer el bueno de Oliver? Sabemos, el tipo está obsesionado con el poder; hizo pelis sobre Keneddy, Nixon, Fidel Castro y sobre el mundillo de los yuppies en Wall Street (cuyo su coguionista, Stanley Weiser, lo ayudó también en ésta). La diferencia entre W. y sus predecesoras, es que ésta se estrenó cuando Bush todavía estaba con sus botas puestas en el Salón Oval, apabullado por el odio popular y con el inevitable triunfo de Obama encima.

Para la revista The New Yorker la película sufre un gran error de temporalidad:

"(...)llega demasiado tarde para tener ningún efecto sobre el electorado y demasiado temprano para proveer algo más que una interpretación esquemática acerca de quién es este hombre”.

Para otros, no tengo elementos para incluirme, fue mera especulación: como el ecologismo, pegarle a Bush a fines del 2008 era fácil y estaba de moda.

W. juega a la mímica extrema de todos los protagonistas, logrando parecidos increíbles de cada uno de los nefastos personajes. El vice Dick Cheeney, Condolezza Rice, Rumsfeld, el negrito Colin Powell y todos los demás son imitados igualitos a como se los ve por TV. Por supuesto, el mismo Bush tiene su fiel interpretación con texano chabacano y compadrito incluído, en la piel de Josh Brolin (este actor que últimamente aparece hasta en los sobrecitos de sopa).

Un poco desahuciado, mientras la veía, me acordaba de Stephen Colbert. Él sí hizo algo a tiempo, con contundencia y mucha, mucha valentía.

Stephen Colbert es un actor, escritor y humorista norteamericano que conduce uno de los programas más exitosos de la TV yanqui, The Colbert Report, donde personifica a un homónimo conductor, pero ultraconservador, ignorante, necio y bastante hipócrita. Es una parodia hilarante (y a la vez tristemente verosímil) de muchos “formadores de opinión” de yanquilandia, en particular del nefasto Bill O’Reilly (una versión morbosa de un Neustard que habla inglés) del canal Fox.

Un día del 2006, cuando la mentira de las armas de destrucción masiva ya era evidente pero nadie lo decía con todas las letras, Colbert tuvo la oportunidad y no falló. Fue invitado, nadie se explica bien por qué, a animar la Cena de Corresponsales de la Casa Blanca, un evento que organizan los periodistas con permiso para participar en las conferencias de prensas oficiales, por entonces a cargo de Mr. Danger y sus secuaces. Aquel día el tipo subió al estrado teniéndolo a George W. a dos metros de distancia, y en presencia de él y de altos funcionarios militares, administrativos y de toda la prensa obsecuente, les fué bajando la cabeza uno por uno con su corrosivo monólogo.

Censurado en la prensa pública, el discurso se convirtió en una bomba viral a través de internet, que llegó a congregar a un grupo de fans devotamente agradecidos por el coraje del humorista.

"Mejor péguenme un tiro!" dice Colbert apenas comenzado su monólogo, parafraseando a la periodista que más tarde le advertirá "Usted se va a arrepentir".

Así habrán quedado, arrepentidísimos, los responsables de semajante pifie, sólo un poco más de lo que quedé yo habiéndome generado tantas expectativas con la nueva Stone.

Con la ayuda de muchos amigos [1] [2] subtitulé los veintipico minutos que dura la presentación. Con ustedes, Stephen Colbert:

Notas

[1] Anna, Xtian, Jim, Renzo y David, gracias!

[2] Nati, como siempre, mi F7. ¡Gracias!