Sobreviviente

, por Martín Gaitán

El lunes 14 de marzo pasado volví a ser estudiante universitario. Aún no está asentado en los papeles oficiales, pero chocolate por la noticia, se sabe que eso es así. La cosa es que empecé las clases: entré a un aula, me senté en un banco, saqué un cuaderno, puse la fecha y el nombre de la materia, y (lo más importante) conté y califiqué a las mujeres que había. Eran 5, y en promedio obtenían un 6, que es la media en una carrera de ingeniería.

Se hacía la una de la tarde, y el aula contemplaba un quilombo de gente contándose cuántas veces se metieron al mar en las vacaciones, y lo bronceado o gordo que estaban. Las conversaciones, todas en simultáneo y compitiendo por sonar más fuerte, eran de a grupos reducidos. También había otros de mi bando, o sea de los que no tenian bando y no hablaban con nadie. Hipótesis 1: no conocían a ninguno de los presentes, como yo; hipótesis 2: conocían suficiente a los demás como para preferir ponerse los auriculares y escuchar LV3.

El tiempo pasaba y mi mano (autarquicamente) seguía haciendo dibujitos en el margen de la hoja, una actividad que extrañaba desde la última vez que empuñé un lápiz, hace ya bastante tiempo. De paso, mi cuerpo transpiraba como de costumbre, echandole la culpa a la humedad para no aceptar que estaba algo nervioso.

En el pizarrón de dos paños que se deslizan verticalmente (que cheto) había un cartel: "Teoría de Redes, 13hs". El mismo cartel seguía ahí a las 14, y los profesores nunca llegaron. Cuando el primer valiente se animó a emprender la retirada yo lo secundé, como su fiel Sancho Panza. Sospecho que el faltazo de la cátedra tiene una explicación: no querían hacerme sentir tan distinto a la Universidad del Comahue, no fuera yo a pensar que la cosa iba mejor acá.

Casi contento, emprendí rumbo a una siestita que me predispusiera bien para volver a las 5:15hs, cuando creía que empezaba Economía. Asi es que llegué, rozando la (im)puntualidad, para verme sorprendido que el aula ya estaba llena, todos copiaban atentos y habia un tipo al frente dictando cosas raras. Encontré un hueco y me senté, pero fué en vano, no pude pasar desapercibido.

- Disculpe, esta clase ya está terminando - me avisó el profesor, justo cuando leía en el apunte del que estaba al lado mio "Materia: Hormigón II".
- Ah, claro, lo que pasa es que me equivoqué - intenté para salvarme.

Las ventajas de ser negro como yo son varias, y este es un claro ejemplo: casi ni se notó la vergüenza con la que me levanté y salí del aula, no sin antes tropezarme.

Mis comienzos de clases siempre son accidentados. El primer dia de secundario, en la primer hora de la primer materia (Dibujo Técnico era), el profesor llamó a uno mediante el famoso método de la dedocracia, y obviamente fuí yo el señalado.

— A ver, ¿señor Gaitán cierto?...bueno, a ver.... ¿Está nervioso señor Gaitán? ¿Sólo un poco? Bueno, tranquilicesé. Lo que quiero es que dibuje un punto. Sí, un punto, en el pizarrón. Ajá, está bien, pero hágalo más grande. Si, ¿puede hacerlo más grande?. Más, señor Gaitán, más grande. Ahora todo lo grande que pueda ¿A ver?

En el pizarrón había un circulo de 30cm de diámetro que que pinté con la tiza de costado. Todos mis compañeros observaban disfrutando haberse salvado ellos de tal verdugueo. El profesor me hizo sentar, no sin antes avisarme que lo que había hecho estaba mal. Resulta que "un punto se representa mediante la interseccion de dos líneas, porque no tiene dimensiones". Viéndolo en retrospectiva, ¡que pedagogía hay en los colegios técnicos!

Media hora más tarde de mi pifie horario empezó un tipo bien entrajado y de prolijos bigotitos a hablar de lo difícil que será para nosotros llevar la materia de Economía, "porque acá no hay que sacar muchas cuentas" advirtió. Muy adepto a los eufemismos, quedó claro que para él, nosotros no sabemos pensar.

La sanata introductoria habitual tuvo el toque de color cuando el Ingeniero (con Master en "Bussiness Management", enfatizó) detalló los libros que nos pueden servir. Unos cuantos de acá, otros pocos de allá, y para el final dejó uno que llevaba consigo y lo mostró a la audiencia.

— Quedaría mal si les exijo este libro simplemente porque lo escribí yo — se atajó, pero sin poder contenerse opinó — pero el que lo tenga sabrá que le puede servir mucho, porque está todo lo que vemos en la materia. Y por supuesto, resulta que la clase se dicta copiándo todo de su libro.

Cansado por la falta de costumbre (que nunca tuve, no crean) terminé mi primer día académico bastante tarde. Volví entonces a mi hogar, sobreviviente de un nuevo primer dia.