Relato de un narrador
, por
Prólogo
Lengua y Literatura en un colegio técnico es, para la absoluta mayoría de la comunidad educativa, como una mesa de plástico en medio de un living art decó. Esto, mal que nos pese, incluye a gran parte de los profesores de dicha asignatura. Sin embargo yo, en el balance global, tuve suerte.
No empezó muy bien: el primer año tuve a La Bracamonte, una profesora simpáticamente zaparrastrosa pero antipáticamente fanática de Videomatch.
Merced a que corregí, en privado y sin exponerla ante el curso, un error de interpretación del cuento que el manual le obligaba a obligarnos leer —confundía la sierra industrial con la sierra orográfica—, tuve palenque en el cual rascarme por todo el año, sin demasiado esfuerzo. Ese año fue mesa de plástico con mantel de ule.
Segundo y tercer año, en cambio, tuve buenas profesoras. Una se llamaba Laura y la otra Liliana, y tan buenas profesoras deben haber sido que me acuerdo sus nombres pero no sus apellidos. La primera, además, era insuperablemente linda vista desde las hormonas de un adolescente de 14 años.
En esos dos años leí más libros que en todos los años previos, y que en todo el resto de secundaria también. En tercer año, con Liliana, leí más de 10 libros entre novelas, compilados de cuentos, y ensayos de filosofía. Recuerdo además que estaba buena la forma de implementar la lectura colectiva: a principio del año cada estudiante aportaba 2 libros a elección de un extenso listado, intentando en lo posible no tener que comprarlos nuevos —se instaba a revolver bibliotecas de parientes, pedirlos prestado a alguno de cuarto o en su defecto, a comprarlos usado—. Con el material recolectado se armaba la mini biblioteca del curso, y cada uno tenía que leer al menos uno de los libros por mes. Luego, cada cierto tiempo se hacían rondas de discusión alterando la adoctrinante disposición habitual de las mesas para vernos las caras entre todos mientras nos escuchabamos.
Pero fue en el segundo año, con la profesora más linda, que debí leer el best seller (intuyo que debe serlo por la única razón de que no hay estudiante secundario que no esté obligado a leerlo) Relato de un náufrago, de Gabriel García Marquez.
Un librito breve, ágil, sencillo. Una lectura livianita, bah. Gran parte de la gracia está en el prólogo: «La historia de esta historia». Es ahí donde se devela que la historia no es novela sino crónica; la apasionante noticia de que todo sucedió de verdad. Y también es ahí donde Gabo confiesa que no es mucho lo que él aportó:
(...)Mi primera sorpresa fue que aquel muchacho de 20 años, macizo, con más cara de trompetista que de héroe de la patria, tenía un instinto excepcional del arte de narrar, una capacidad de síntesis y una memoria asombrosas, y bastante dignidad silvestre como para sonreírse de su propio heroísmo. En 20 sesiones de seis horas diarias, durante las cuales yo tomaba notas y soltaba preguntas tramposas para detectar sus contradicciones, logramos reconstruir el relato compacto y verídico de sus diez días en el mar. Era tan minucioso y apasionante, que mi único problema literario sería conseguir que el lector lo creyera. No fue sólo por eso, sino también porque nos pareció justo, que acordamos escribirlo en primera persona y firmado por él.
Con una repercusión incomparablemente menor —probablemente porque el talento de García Marquez queda mucho más lejos del mio que Cartagena de Indias de Junín de los Andes—, Víctor Jara, un pibe neuquino torturado por un terrateniente, luce en este relato su excepcional arte de narrar, una capacidad de síntesis y una memoria asombrosas, y bastante dignidad silvestre como para sonreírse de su propio heroísmo.
Para los distraídos: sí, es una historia verídica. Para las curiosas: sucedió en octubre del 2004, y lo escuché, con pasión y estremecimiento, primero en La Palangana, de Radio Calf-UNC y luego en 8300.com.ar.
Que viaje en estas palabras mi más profunda admiración por los que tienen el mágico don de narrar y emocionar, quizas sin saberlo, con sus palabras.
Relato de un narrador
Víctor Jara
Salimos en el colectivo, en el Ko-Ko, a las nueve de la mañana. Ibamos al puente Collón Cura, que queda de La Rinconada bien para allá. Y bueno, nosotros ibamos mirando para todos lados así, y de repente antes de llegar al puente, vimos una cuevas allá arriba y dijimos "eh, allá son las cuevas que te dijeron a vos que habían cosas de indios y qué se yo" así que nos bajamos así, y nos fuimos a la orilla de la ruta porque habíamos llevado pan y un termo con té y dos largavistas.
Así que tomamos té y todo, y subimos para ese campo que no había nada, sino unas bardas nomás había. Y, ibamos subiendo así, y antes de llegar, nos faltaba poquitito así, y escuchamos unos disparos. Y mi amigo dijo "agachate, agachate, porque deben andar cazando", y yo le dije "bueno, vamos para allá" y había como un cañoncito para abajo así, y nos fuimos a una vertiente. Nos quedamos en la vertiente, tomando agua así, y como no se escuchaban más tiros nosotros dijimos "bueno, vamos". Nos ibamos a ir para la ruta, y nos paramos así, y nos pusimos las mochilas, ibamos para allá y de repente bajó uno, venía de una lomita chiquitita nomás. De un cerrito chiquitito bajó uno. Gritando así, re nervioso así, con dos pistolas así en la mano. Una suelta así nomás, la otra sí apuntandonos, decía "¡quedensé ahi, hijos de puta! ¡quedensé ahi, hijos de puta, delen! ¡dale, levantá las manos hijodeputa, apurate! ¡dale, porque te mato, dale!"
Nosotros levantamos las manos así rápido y dijo "ponete las manos atrás de la nuca! delen, delen" y nos pegó así y nos tiró al piso. Y nos dejó ahi, tirados en el piso nomás, y nos empezó a patear así. Y nosotros queríamos mirar así, y dijo "¡quién te dijo que mirés!¡quedate ahí!" y con las manos en la nuca nos quedamos quietitos así nomás. Y ahí saltó arriba de mi amigo, arriba de la espalda así nomás. Y yo quise girar un poco el cuello para mirar y dijo "¡que mirás! ¡que mirás!", porque siempre nos decía, a cada rato nos decía "hijo de puta", y nos pegaba así en las costillas y nos levantaba y nos dejaba caer así. Así que nos quedamos ahí nomás, quietos. Y agarró y dijo: "uh, espero que llegue cansado Mario", dijo, "porque sino los va a cagar matando" dijo.
Y no llegaba y no llegaba, y nosotros pensamos que nos estaba asustando, o algo así. Y ahí llegó una chica, que supuestamente esa es la hija, y uno que se llamaba Correntino, de rulitos era, y otro que andaba de boinita con los ojos chiquititos bien celestes. El correntino andaba con un cuchillo grandote así, y la chica andaba con una pistola también. Y esperamos así, y nos decía huevadas así, nos puteaban, todo. Hasta que de repente llegó del costado del lado de mi amigo y lo levantó así, de los pelos, lo levantó, pero de una así ¡pum! para arriba, y le empezó a pegar piñas así en la cara. Y yo me quedaba quietito, nomás. No sabía si disparar o no, yo decía, si disparaba capaz que me largaban un tiro por atrás. Así que me quedaba quietito nomás, y veía así, como le pegaban a mi amigo. Y no podía hacer nada, porque estaban todos ahí. Le empezaban a pegar piñas todo así, y después le empezó a pegar piñas en las costillas y lo tiró contra un yuyo. Y yo me quise como parar así, y el viejo me apuntó con el arma en la cabeza, y me decía, me la levantaba y me la apoyaba atrás y me decía "cuidado que se puede disparar porque no sabés como es las cosas del diablo", algo del diablo me decía, que las disparaba el diablo o algo así. Y yo cerré los ojos así, y apretó la mano bien fuerte en mi cuello. Y yo pensé que ya, yo ya de ahí no iba a salir, y me puse re nervioso así, y de repente escucho el tiro ¡páaa!. Y pensé que me había saltado sangre en la cara, todo así, y era la arena, que donde había pegado al ladito mio, había salpicado todo así. Y la oreja me hacía "bhuuuuuuuu", como un eco. Y ahí, enseguida nomás, me agarró Don Mario. Me agarró de los pelos y me levantó así, para arriba, de la misma manera me empezó a pegar en la jeta, así, en la nariz, con el puño cerrado así, me golpeaba. A las tres veces, me sacó toda la sangre así. Y ahí, me pegó piñas y ahí me tiró. Y cuando estaba cayendo así, me pegó otra piña, y ahí como ya estaba como nocaut así, me iba yendo como para atrás así y me agarró otra vez de los pelos y dijo "¡a dónde vas! ¡quedate acá!" y ¡pá! me tiró otra vez al piso. Y ahí fue a agarrar otra vez a mi amigo.
Nosotros, lo único que teníamos que hacer era que cuando le iban a pegar a mi amigo, yo tenía que mirar nomás, y después él me miraba a mi cómo me pegaban. Y hasta que gozó, todo de pegarnos. Se cansó de pegarnos así, y agarró y mandó a los otros para arriba, para el cerro, porque supuestamente andaban tres ahí, en ese campo. Y él se quedó con nosotros, él y el hijo más chico, creo, no sé cuantos años tendrá, uno chiquitito así, debe tener como trece o catorce años. Y ahí nos empezó a huevear así, nos sacaron los reloj, todo. Nos sacó los reloj, las cadenitas así. Nosotros teníamos...teníamos unos hilos acá en el cuello, teníamos colgantes, y nos decían que nos saquemos esos porque parecíamos putos. Y nosotros no podíamos densatar los nudos, por ahí algunos que tenían, y los arrancaba así de un tirón, así ¡pá!.
— Del que estás hablando es Del Campo el apellido, ¿no?
— Sí.
— Él qué creía, ¿que ustedes le estaban robando?
— Claro porque nos decía chorros, de todo nos decía.
— ¿Y cómo termina todo allí?
— ¿Qué?
— ¿Cómo termina? ¿Pueden escapar? ¿Los libera?
— No, despúes nos agarró de los pelos así, nos empezaba a tirar así y a decir que digamos que eramos trolos, putos, así, después se cansó de decirnos y dijo "bueno, vamos a hacer un trato" dijo, "ustedes se van por este cañadoncito, siempre mirando para la ruta" dijo, "y se quedan escondidos en aquel arbolito. Cuando pase el Ko-kó, el colectivo, no suban a la ruta, porque yo mandé a poner un policía. Después cuando pase, ahí salen ustedes y hacen dedo. Y si ven la policía ustedes dicen que no estaban en el campo, y que yo no los golpié, o sino yo a ustede los voy a meter preso no sé por cuanto" dijo. Nos dijo que era algo de rural, jefe rural, así.
— ¿Y qué hicieron ahí?
— Y nosotros seguíamos nomás para allá, y de repente vimos que venía él, atrás en la camioneta y nosotros con amigo deciamos "para dónde disparamos" porque pensamos que nos iban a pegar ahí. Y nos quedamos, y viene así, y venía un policía. Y decimos "uh, estamos salvados", era como que habian llegado nuestro padre o alguien así que ya sabíamos que nos nos iban a pegar más. Y se bajó así, re caliente así Don Mario. Y agarró y dijo "¿por qué me mentiste?" dijo, "¿por qué no me dijiste que eras hijo de ese chorro, hijo de.., el milico de la camioneta marrón", dijo, porque mi papá tiene una camioneta marrón con la que vamos a pescar. Y lo puteó de arriba a abajo así, y yo lo miraba al policía a ver si decía algo. Pero era un oficial y no decía nada, y agachó la cabeza así, y cambió de tema enseguida, y dijo "bueno vamos", y me indica dónde bajaban los otros. Cuando veniamos en el colectivo bajaron antes ellos. Eran tres. Y nosotros seguímos nomás.