Lo imprescindible

, por Martín Gaitán

Los primeros días de marzo, antes de empezar las clases, estuve unos dias en Buenos Aires. Fue un viaje de esos que, de tan poco planeados, son etiquetados con la categoría "masíiii!!!". Un cúmulo de factores influyeron en la heterodoxa decisión: el alpedismo imperante me estaba predisponiendo mal el inicio de año; acopiaba ganas vencidas y vigentes de conocer la "Gran Ciudad"; Dany había confirmado su viaje mucho antes (menesteres sentimentales de entonces); iba a poder ver a mi hermano y conocer a su grupo; y estar con Leo, que nos esperaba.

Leonardo, Leito para la Pandilla, "Lion" para los bananas que no son bienvenidos, es un amigo. Perdón, quise decir un Amigo. Dícese de esas personas que, por elegidas, son especiales; y viceversa. Esos que fueron y serán por sobre tiempos y distancias. De los que siempre están y a veces se muestran, en el recuerdo de un abrazo, aquel trago, la brazada o ese remo compartido. De esos que me ayudaron y me ayudan a escribir la historia de mi vida.

Leo nos abrió sus brazos y su departamento en Lanús Oeste. No pudo ir a buscarnos a Retiro porque, por esos días, los viernes por la mañana todavía trabajaba. El encuentro fue recién a la tarde, en el departamento de un (poco) conocido que nos prestó su living unas horas. Luego nos subimos al colectivo, y nos convertimos, por primera vez durante toda esa semana, en dos hormiguitas más de las miles que viajan diariamente entre Capital y el Conurbano. Hormiguitas sí, pero en minúsculas. Nos faltaba el cansancio en la mirada y el cuerpo de vivirla sin sonrisa clase turista. Creo que a Leo le hubiese alcanzado para convidarnos, aunque estaba distraído disfruntándonos.

Entre cajas y colchones, en algún rincón del departamento de un tipo solo que está poco en su hogar, encontré una revista de "algo", condición sine qua non para mi visita al baño. Resultó ser la revista institucional para España y Latinoamérica de Mann-Hummel, la multinacional fábrica de filtros en la que trabajaba mi anfitrión. Podría resumirlo así: la densidad de las hojas satinadas en full color impidió que ahorrara un poco de papel higiénico.

El presidente, sonriente rubio alemán con fotito y gancho al pie, instaba en la editorial algo así: "Gracias a tu esfuerzo y el de todos, estimado trabajador de Mann-Hummel, nuestra empresa ha logrado sus metas para el año 2004, año problemático para la industria mundial, creciendo un 5% respecto al año anterior. En 2005 vamos por más, y por eso te pedimos que redobles tu esfuerzo, que será recompensado en la satisfacción de crecer juntos."

Leito, al rigor del latigazo en la carne propia, era menos ingenuo que yo, que le comenté sobre el concurso al "Proyecto Innovador" que figuraba en otra página, con ridículo aire de aliento. Él se pelaba el culo en un laburo administrativo donde desperdiciaba sus capacidades y su juventud, completando el combo con el olor a mierda a 50 metros del Riachuelo. No le quedaba otra, tenía que morfar; pero a "la camiseta" se la pasaba por el forro de las pelotas.

Me contó (y le creo) que para que no "lo cagaran a pedo" marcaba su salida y se quedaba a terminar y a adelantar laburos. La empresa no exige ni paga horas extras, pero se podrían meter el ’Just in Time’ dónde les quepa cuando hace uno sólo el trabajo de tres.

Ese lunes lo echaron, y me lo contó casi como se dice "que rico está el helado", con miedo y desconcierto camuflados en espontaneidad. Lo acababa de llamar un compañero contándole que había órdenes de no dejarlo entrar a la fábrica al día siguiente. Lo que no había, ni hubo nunca, fueron explicaciones.

Llegaron rumores, comentarios, hipótesis. Que por navegar en internet, que por jugar con un filtro, que por un vuelto del mensajero, que porque entra el "hijo de". Pero los motivos oficiales nunca llegaron. Parece que las siguientes fueron las dos semanas más ocupadas del jefe de personal y del gerente, que nunca pudieron recibirlo.

Se volvió a Neuquén, abandonando su carrera de ingeniería en la UTN, que de todos modos y a falta de un clon o algún superpoder, sólo tenía en la mira. Allá intentará, en renovado escenario, arrancar de nuevo. Es el mismo (y quizás más cínico) capitalismo, pero con la contención de su familia y su gente. Chau hormiguistas, chau puente, chau mierda del Riachuelo. Se va con poco de lo que fue a buscar, pero lo imprescindible: la tranquilidad de haber dejado todo, contra muchas fomentadas adversidades, y el orgullo no haber perdido en esa lucha cotidiana sus ganas, su humildad y ese enorme corazón que tiene.