Portada del sitio > Blog > Cuando el imbécil tiene la razón

Cuando el imbécil tiene la razón

Viernes 7 de noviembre de 2008, por martin

Divagar y pedalear son cosas que me salen con cierta facilidad. Son buenas virtudes, si uno las evalúa desde el placer y la salud y no desde el tiempo perdido y el olor a chivo. Lo nocivo, lo peligroso de estas actividades está en hacerlas al mismo tiempo. Pobre de mí: estoy en riesgo.

Voy a hacer una aclaración inmediata porque sé que mi viejo leerá esto y a la voz de "hijito..." enviará una encomienda con algunas cositas: no es que me suba a la bicicleta y me olvide del mundo (ni tampoco del tráfico que suele haber en las ciudades que hay sobre este), sino que simplemente naturalizo el ritmo, a razón de una idea nueva por cada revolución de cadena.

Aprendí a andar en bicicleta de viejo, a los 9 años. Un amigo de la infancia, Gerardo se llamaba, tenía una casa con patio grande, gallinas y bicicletas abandonadas. A cambio de una caja de madera que debía hacer mi papá (y no recuerdo si pagamos), me dió una de sus bicletas jubiladas y las primeras lecciones de conducir.

Era una bici negra, con llantas rígidas, asiento con respaldo y muchos kilos de metal. Las lecciones se reducian a empujarme a gran velocidad por la calle Petróleo del Barrio La Sirena (en ese entonces, aún de tierra y piedras seleccionadamente filosas) durante unos 50 metros y esperar a que la inercia me diera tiempo a recibir, como si fuese una epifanía, el equilibrio y la motricidad ausentes de mi cuerpo. Aún tengo piedrecillas incrustadas en los codos de aquella dulce —y dolorosa— infancia.

La cuestión es que aprendí y ya nunca dejé de pedalear. Tuve muchas bicicletas: nuevas y usadas, con más o menos antigüedad antes de que fueran robadas, con las que viajé por la montaña y con la que salté rampas de la muerte hechas por nosotros mismos, los pibes del barrio, compactando basura entre los eucaliptos.

En todos estos años de manos engrasadas y ruedos rotos casi no sufrí accidentes, exceptuando algún porrazo doloroso en el orgullo por haber sido a la vista de la niña amada. Tuvo que llegar el imbécil para recordarme que la suerte sólo acompaña a quienes respetan semáforos.

Era un sábado a la tarde. Salí apurado, sucumbiendo una vez más a mi absurda especulación: no sé de qué manera me convenzo de que llego a cualquier lado en quince minutos. Iba al barrio, y según se me acusó después, parece que doblé en rojo de Belgrano a Pueyrredón.

En la esquina siguiente, sobre Velez Sarfield, el semáforo era más evidente o el tráfico más amedrentador, porque me detuve sobre la senda peatonal. Un 504 destartaldo se paró a mi derecha (evidentemente yo iba por el medio de la calle) y el policía de uniforme igualito al Jefe Gorgory que lo conduciá empezó a increparme.

— ¿No sabés que los semáforos están para respetarlos? — inició, tibio, su campaña de concientización vial.
— ¿No ves que estoy esperando el semáforo igual que vos? — respondí, sobrador e ingenuo
— En la otra cuadra, boludito, ¡no te hagás el gil! — me puso en situación Gorgory, sacando a pasear sus nervios por la ventanilla.
— ¿Qué? Estás equivocado... — continué, impertérrito.
— ¿Qué me estás tratando de mentiroso, che culiado?¿Me estás diciendo mentiroso a mí? — perdió abruptamente las migajas de paciencia que tenía y se bajó del auto.

Tengo algunas experiencias con esta clase de energúmenos, que se han ganado no sólo a fuerza de gases lacrimógenos y autodesclasamiento mi más absoluto desprecio, y aunque sé de lo que son capaces, mi (in)consciencia me impide no enfrentarlos. Aunque alguna vez, como esta, tengan razón.

Ostentando su abultado cuerpo a poco centímetros de mi, Gorgory continuó:

— ¿Qué es lo que te pasa che culiao?, ¡Yo mismo te ví doblar en rojo!
— Primero, calmesé oficial — intenté poner mi condición para la negociación — y por favor no me escupa — y ahí lo eché a perder.

Gorgory, totalmente fuera de los pocos cabales que habitualmente tendrá, me bajó de la bicicleta y sobre la pared de la esquina me palpeó, y me amenazó con lo lindo que la iba a pasar en Encausados.

A esa altura de la fantochada yo estaba tan indignado que perdí noción de la asimetría de poder y también lo amenacé:

— Esto no va a quedar así — le dije, como si esas palabras pudieran amilanar su fastidio.

Cuando todo indicaba lo peor y yo no antinaba a desinflar un poco el pecho, Gorgory revisó mi mochila, donde llevaba una filmadora para el taller de comunicación que estabamos haciendo, y de la nada elucubró una teoría que lo quebró:

— ¡Ah! ¿Vos sos de esos que estudian periodismo, no? ¿Sos de los que se creen mejor que nosotros porque tienen camarita y hacen preguntas? ¡¿Por qué te crees mejor que yo, che culiao?!

Allí estaba, aunque Gorgory no lo supiera, toda la impotencia y sentimiento de inferioridad que produce un trabajo de mierda, y que bien reprimen cuando reprimen maestros o pibes en la calle.

Logré pedirle disculpas haciéndole notar que probablemente tenía razón pero que hay formas mejores de decir las cosas. Con los ojos brillosos, entre la agustia y el desasosiego, me pidió que tuviese más cuidado y que circule, circule, haciendo un gesto desganado con la mano derecha.

Mensajes

  • Mi amigo, siempre es un gusto leerte. A veces encuentro lo que escribís muy bonito, otras veces no tanto; por momentos me parecés tremendamente lúcido; siempre inquisitivo.

    .

    Y sin embargo, aún cuando todo eso que es parte de tu prosa y de tus preocupaciones en la vida laten en este texto, me parece detectar nuevas fortalezas en otros registros de la palabra.

    .

    Como nunca mi amigo, tu palabra ha ganado en musicalidad y cadencia, ha tomado vuelo poético y potencia evocativa. Las imágenes de la infancia reverberan con fuerza desde el escrupuloso detalle y la reminiscencia distante; las palabras a un tiempo delinean las ideas y sugieren otras tantas posibles; la confrontación retratada como una cuestión de temperamento o de carácter, antes que linealmente política, parece autorizar al lector a rumiar su conclusión, y de ese modo elegante apuntala con fuerza el argumento de fondo.

    .

    Todo el texto me parece un bello ejercicio de balance y composición; por divina intuición o meditada simetría el uso del lenguaje mas llano junto con otro, menos inmediato vamos a decir, genera un efecto muy particular. Parecieran las palabras reconocer su fuerza en el contraste entre unas y otras, y del mismo modo el texto todo, que principia muy de una manera y acaba de otra.

    .

    Sea por extraordinaria circunstancia o abnegada tarea, encuentro al texto muy bonito, y muy lúcido. Vaya desde aquí mi congratulación, mi admiración y mi afecto, amigo.

    .

    Un abrazo grande y nos estaremos viendo

    .

    Pablo

    .

    PD: Comenzá a afeitarte y abandoná los pantalones de circo, así los canas te registran menos! :D

  • Estimado Primo, (tan abandonado que me tenes), para las fiestas , te regalare un arbolito de navidad con luces rojas , verdes y amarillas....... es un chiste.
    nada fijate la proxima de respetar las normas de transito asi te evitas encuentros desagradables con agentes de policia de dibujos animados. cuidate

    Facu

    PD: yo apremdi a bicicletear a los 4 años con una aurorita color dorada de mi hermana. por si interesa el dato