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Artículos de esta sección

  • Cuando el imbécil tiene la razón

    , por Martín Gaitán

    Divagar y pedalear son cosas que me salen con cierta facilidad. Son buenas virtudes, si uno las evalúa desde el placer y la salud y no desde el tiempo perdido y el olor a chivo. Lo nocivo, lo peligroso de estas actividades está en hacerlas al mismo tiempo. Pobre de mí: estoy en riesgo. Voy a hacer una aclaración inmediata porque sé que mi viejo leerá esto y a la voz de "hijito..." enviará una encomienda con algunas cositas: no es que me suba a la bicicleta y me olvide del mundo (ni tampoco del (...)

  • Limando cantos II

    , por Martín Gaitán

    Con mucho éxito de participación, un grupo de correo se ha abierto para estudiantes y profesores de mi carrera, Ingeniería en Computación de la Facultad de Ciencias Exáctas, Físicas y Naturales de la Universidad Nacional de Córdoba. Es un espacio autogenerado de opinión y de colaboración en muchos sentidos: se comparte información sobre las materias, eventos, recursos, etc. Pero también, como participan tanto estudiantes como profesores (más de 500 inscriptos en el grupo), se ha convertido en foro (...)

  • Contener la respiración

    , por Martín Gaitán

    Neuquén está en un valle y por eso las calles tienen pendiente, subidas y bajadas que la convierten en una ciudad muy divertida para andar en bicicleta o para que te lleven en auto cuando sos chico (de grande me di cuenta que andar en auto es aburridísimo).

    Tengo recuerdos borrosos de ir en auto (o en camioneta) con mi vieja al volante. Recuerdos de adrenalina pura.

  • Yo, payaso

    , por Martín Gaitán

    Tengo una extroversión que juega a las escondidas. En general tiene buenos escondites y puede pasarse dias inhallable, inmóvil y silenciosa en su camuflaje de rutinas. Pero cuando algo le llama mucho la atención, el escondite se vuelve demasiado incómodo o le dan ganas de hacer pis, aparece corriendo por un costado, grita piedra libre para todos mis cumpas y se pone a bailar y a cantar desafinado en la vereda luego de tocar la pared. Lo más gracioso es que, generalmente, ya no hay otras extroversiones o personalidades jugando porque se ha hecho tarde y sus madres, desde la ventana y con ruleros en la cabeza, las fueron llamando a comer.

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