Gordo
, por
Dany me dijo una vez, en una carta parecida a un abrazo, que yo me expreso mejor por escrito que hablando. Puras patrañas de alguien que me quiere mucho: soy igual de enredado cualquiera sea el canal. La única diferencia es que cuando escribo, si puedo, me tomo un cachito más de tiempo para pensar. Siento que me gusta el ruido de las teclas igual que el de las neuronas.
De esto me acordaba el sábado, cuando tuve que hablar sobre un amigo, en una ronda improvisada de cariños. No es que no haya querido decir lo que dije, pero sentí después que no habia sido lo más importante.
Era el festejo de su cumpleaños, y gente de lucha de muchas épocas dijeron cosas bonitas sobre él, que sonreia de emoción en su silencio. Cuando la ronda terminó, el gordo dijo, humilde y sensato: “Por qué será que en estos momentos nadie de acuerda de los defectos de uno, pero igual muchas gracias a todos”. Jodido son esos momentos. Hermosos, pero jodidos. Somos como perritos desacostumbrados a la caricia, y mucho más aún a acariciar.
Fue en ese mismo salón donde lo conocí al gordo, hace como 4 años. Era un ciclo de cine debate sobre historia argentina que él y Flor coordinaban, y el grupo de laburo barrial donde yo participaba había sido invitado. Vimos la peli y luego hicimos algunas dinámicas que los organizadores habian preparado, bastante lúdicas porque estaban orientadas a pendejos como nosotros y, se sabe, hay que competir con el youtube. Cuando le tocaba, el Gordo hablaba pausado y bajito, como piediendo permiso. Sin embargo todo el mundo, incluida toda la gente de su edad, le prestaba mucha atención. Me acerqué al final, a preguntarle alguna cosa de su charla y resultó más interesado en preguntarme sobre el laburo barrial nuestro que en responderme la trivialidad, para la que se limitó a prestarme un documento.
Mi memoria me lee los recuerdos en voz alta pero no me deja ver lo que tiene escrito, y entonces hay cosas que no le creo mucho. Pero sé que fue una sorpresa grande cuando el tipo apareció en la siguiente reunión, doblando a varios en edad, entre tímido y respetuoso, queriendo ser uno más. Y claro que lo logró.
Varios años, muchisimas charlas, algunos vinos, grandes aprendizajes, algun mal trago y un buen poco de satisfacción nos hicieron amigos. Uno de los muchos que me regaló Córdoba, y con el que hoy comparto, entre muchas otras cosas, una casa.
“¿Que clase de coherencia mueve a un hombre a seguir, con tanta entrega, la búsqueda de cambios?” preguntaba, retórico, Pablito. Hay tipos, este entre muchos, que desbaratan a fuerza de convicciones ese tristísimo adagio popular que condona el idealismo de los jóvenes porque los suponen natural en esta edad, como si la rebeldía fuese una especie de acné de la razón, que se va con el tiempo o alguna pomadita.
Pero hay algo más que tiene el Gordo, que excede su capacidad de trabajo y su inquebrantable constancia. Cree en la humanidad y la vive, allí donde se hace añicos la política que pretenden vendernos como única: en la ternura. Dijo el Che que esa es la cualidad más linda de un revolucionario, y yo lo creo cada vez que veo a un pibito del barrio colgándosele del cuello y pidiéndole “Don Omar, ¿me hace un dibujo?”.
Cuando yo era chico mi abuelo me enseñaba su conocimiento de anatomía. “Cerrá el puño” me indicaba. “Así de grande es tu corazón”. Creo que bien puede ser errada esta equivalencia fisionómica en el Gordo, y en vez del puño lo que tiene igual al corazón es la cabeza. Entonces creanmé que tiene mucho.