En la cancha se ven los pingos

Adriana Battu (Pedro Mairal)

, por Martín Gaitán

Me agarró la fiebre clasificatoria y empecé por ordenar mis zapatos, después mi biblioteca, después los papeles que daban vueltas hace meses, y ahora quiero terminar etiquetando los estilos sexuales de los hombres. Algunos los conocí, otros me los contaron. Todo esto fue hace mucho tiempo, en la etapa disipada de mi vida.

El locutor

Te va comentando lo que te hace o te está por hacer. "¿Estás lista para que te pegue una tremenda chupada de concha?", dice. O por ahí te la empieza a meter, te hace ese amague de la puntita y un poco más, y cuando soltás un gemido, él te susurra al oído: "Y todavía no te metí ni la mitad de la pija". El locutor a veces gusta, a veces no. A veces calienta y a veces causa un poco de gracia. Es vulnerabe. Al "todavía no te metí ni la mitad de la pija" se le puede retrucar un "no me había dado cuenta que me la habías empezado a meter". Pero tampoco da ser tan bruja.

El dj

Un clásico. No puede saltar a la cama hasta que no encontró la banda sonora de su performance. El dj crónico puede llegar a sincronizar los movimientos pélvicos con el ritmo de la música. Suelen ser medio rapperos, o rockeros jovatones. Conocí a uno que se jactaba de durar todo un disco de Bon Jovi. Nunca lo comprobé. Algunos se distraen cuando se les acaba el disco y tienen que interrumpir todo para poner otro. Si te le subís encima y te le hamacás al compás, podés quedar grabada a fuego en su corazón melómano.

El mal masajista

Asocia directamente el sexo con el masaje, y lo hace mal. Confunde pasión con fuerza bruta, caricia con fricción, y lo peor es que es súper voluntarioso. Te clava los garfios en la espalda con una violencia innecesaria. Te masajea al revés, por ejemplo, en círculos concéntricos que no disipan ni dispersan los nudos sino que los concentran en un mismo punto. Sin querer, te hace tomas chinas milenarias y te deja medio tullida. Estás rengueando, te dicen tus amigas. Es que tengo un pinzamiento. Ah, lo volviste a ver al masajista. Es como si en lugar de masaje muscular te hiciera masaje óseo. Es casi un quiropráctico pero alienado y sin licencia. Tiene tan buena voluntad que no te animás a decirle nada. Cuando cae, te dice "mirá lo que traje" y saca la botellita de aceite.

El invasor

Te invade en el baño por lo general. Se te mete en la ducha. Es muy de enjabonarte. Si llega a iniciar un polvo de parados en el vapor, suele ser bueno frenarlo a tiempo, porque algunos terminan con ataques de asma, o les baja la presión. Ya les pasó antes, pero son insistidores, aventureros, incluso un poco escatológicos. Te quieren ver haciendo pis. Cosas así. Para frenarlos basta cerrar el baño con trabita.

El porno star

Es agotador. Por alguna razón tarda en acabar y en ese largo interin quiere hacer todas las poses en todos los ambientes. En el primer encuentro, por ejemplo, cuando te ponés en cuatro, el muy zarpado, en lugar de hacer de rodillas el aceptable perrito, te bombea en pose quarterback de futbol americano parado atrás tuyo con las gambas abiertas sobre tu tímido Suavestar. Un papelón. Puede ser bueno para una noche de hambre acumulado, pero en lo cotidiano terminás pidiendo por favor que alguien le dispare el dardo de Daktari.

El león

Es medio sofocante. Aplastador. Mordedor de cuello. Prefiere cogerte boca abajo, mientras él se apoya con los puños sobre la cama. Para él, sexo y humor no se mezclan. Es solemne y soberano. Hace unas pausas raras: de pronto para de bombearte, te apuntala bajo su peso, y no sabés si te está cogiendo o si está esperando que des las últimas pataditas antes de devorarte. Es muy gritón cuando acaba, rugidor. Te puede traer problemas de consorcio.

El mañanista

Es tempranero. La noche anterior empezó a babear la almohada a las 10:30 justo cuando vos te sentías divina y conectada con todas las constelaciones del placer. Y ahora cuando vos te despertás atropellada por la mala noche, tarde y con ganas de aullar como un vampiro bajo el sol, el tipo se amanece entusiasmado, juguetón, lleno de propuestas. Eso sí, duro. Hay que saber aprovechar al mañanista porque puede valer la pena.

El martillo neumático

También llamado conejito Duracel. Tiene una sola velocidad. Como un motor que trabaja siempre a fondo. No tiene cambios. Te bombea sin piedad y a todo fuego. No conoce los matices, los increcendos, las mesetas, los paroxismos, la calma que precede a la tormenta. Es veloz y eficaz. Alguien lo convenció de que coge bien y no hay forma de hacerlo salir de ese apuro del que está orgulloso. Mejor apretar stop y dejarlo que él siga en su fast forward.

El mudito

No sabés qué quiere. No se expresa. Pone cara de nada. Terminás haciendo preguntas pavas “¿Te gusta así?”. Y él contesta “mm”. No sabés si se durmió o si lo enmudeció el éxtasis místico. Te agota porque te obliga a probar de todo para despabilarlo y después te parece que se despide pensando que te hacés la porno star.

El memorioso

Es verbal como el locutor, pero se lo distingue porque sus frases no son sobre lo que te está haciendo o por hacer, sino sobre lo que te hizo o le hiciste alguna vez. El memorioso está siempre desfasado, recordando a la perfección un polvo anterior, y te lo dice al oído. Chupame la pija como esa noche en el auto en el estacionamiento del shopping. ¡Cómo te cogí contra la pared la semana pasada cuando te levanté ese vestidito celeste! Parece disfrutar más del recuerdo que del presente. Quiere siempre recrear otras situaciones, pero de todas formas no hay que exasperarse porque el polvo presente va a figurar en su memoria la próxima vez. Con él hay que coger para el recuerdo. Y considerar que te ve como nadie te vio jamás. No hay que pensar que está medio ausente. El tipo está, o mejor dicho, estará. En algún polvo de algún día futuro se va a acordar perfecto de ese momento. Se acuerda de cómo te cogió la madrugada del 25 de abril del 2006 y el ruidito que te hacían las pulseras cuando lo hiciste acabar entre las tetas. Y entonces te propone: “¿tendrás por ahí esas pulseras plateadas…?”

El Gran DT

Se exige y te exige mucho. Hace logística de anticipación: horarios, lugar de encuentro, forros, lubricantes. Conocí uno que llamaba al telo para ver si estaba libre su suite preferida. Lo espera todo de vos en cada polvo. Porque cuando se coge con el Gran DT, se coge en serio, en primera división. No hay polvitos al tuntún. En plena acción, si vos estás arriba, te empieza a decir “Dale, dale, más rápido, dale” o sino “Chupamela, así, hermosa, no pares, no pares”, o quiere acabar juntos “Ahí vamos, divina, ahí vamos, vamos”. Es como si se desdoblara y estuviera al pie de la cama vestido de saco y gritando “Bajen, bajen!, Armensé, armensé!”. Es resultadista. Cuenta los orgasmos tuyos y los propios. Dice “Vamos 2 a 1, ¿no?”. Lo que para vos es un plácido relax después de un buen polvo, para él es el entretiempo. Te ofrece agua, propone estrategias: “Ahora cuando empecemos de nuevo, probemos de costado, que me parece que vamos a andar mejor”. El tipo tiene úlcera.

El incómodo

También es director, pero no técnico, sino de cine, de sonido, de fotografía. Siempre está proponiendo mínimos ajustes. “Ponete un poquitito más… Ahí, perfecto.” O “Pará que tengo algo que me pincha la espal… Ahí está, ahí está”. Es muy visual. No puede empezar hasta que no arregló bien el tema luces: la del cuarto apagada, pero la del living prendida y con la puerta a medio entornar. El dimmer lo hace muy feliz. Te conoce tus mejores ángulos y te los pide; cuando te coge en cuatro te dice “A ver, mirame”. No le gusta el polvo de abrazo enceguecido, sino las poses que permiten los planos abiertos. Es freak de los ruidos. Un crujido de cama lo hace pedir “corte”. Un celular que interrumpe lo malhumora por una semana.

Seguramente hay más que estos 12 estilos sexuales masculinos, pero está bien así. No hace falta aclarar que hay hombres a los que les caben varias categorías, o que mutan de categoría en una misma noche o a lo largo de los años. No pretendo que esta clasificación sirva de algo ni que haga reflexionar a los hombres. No soy Alejandra Granpolla. La verdad que cada uno coje como puede. Quizá con algunos hombres hay esperanza porque es cierto que mejoran un poquito con la edad.