Desde que Felipe trajo esa estufa de kerosene no se puede respirar en esta casa.
— Quería darte una sorpresa— dijo cuando cortaba el hilo del paquete.
— Sabés que no aguanto el kerosene. Me da alergia.
— En esta casa hace mucho frío.
— Siempre hizo frío — le dije —. Ahora se siente más porque estamos viejos.
— ¿Que querés? ¿Qué la cambie por una eléctrica? Las de cuarzo gastan mucho y no calientan.
Así son los regalos de Felipe. Cuando éramos jóvenes, con el sueldo compraba una pila de libros.
— Para vos y los chicos— decía.
— Sabés que no me gusta leer. Y lo que los chicos necesitan es ropa.
Es inútil luchar con Felipe.
— ¿Cuánto te costo esa estufa?
— No se dice el precio de un regalo.
— Un regalo es algo que le gusta a quien lo recibe.
— No te aflijas. La compré con unos pesos que me gané a la quiniela.
— Si vos no jugás.
— No me creés.
— No, no te creo. Metiste la mano en mi secreter.