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  • Colinas como elefantes blancos

    , por Martín Gaitán

    Del otro lado del valle del Ebro, las colinas eran largas y blancas. De este lado no había sombra ni árboles y la estación se alzaba al rayo del sol, entre dos líneas de rieles. Junto a la pared de la estación caía la sombra tibia del edificio y una cortina de cuentas de bambú colgaba en el vano de la puerta del bar, para que no entraran las moscas. El americano y la muchacha que iba con él tomaron asiento a una mesa a la sombra, fuera del edificio. Hacía mucho calor y el expreso de Barcelona llegaría en cuarenta minutos. Se detenía dos minutos en este entronque y luego seguía hacia Madrid.

    — ¿Qué tomamos? — preguntó la muchacha. Se había quitado el sombrero y lo había puesto sobre la mesa.
    — Hace calor — dijo el hombre.
    — Tomemos cerveza.
    — Dos cervezas — dijo el hombre hacia la cortina.
    — ¿Grandes? — preguntó una mujer desde el umbral.
    — Sí. Dos grandes.


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