Y es que nosotros pasábamos al menos seis veces al día y ahí estaba él sentado, solitario e inmutable, cual si fuera un objeto más de aquel basar que el barrio no comprendía, que el mundo no comprendía. Me siento tan mal como Tin por no haber saciado mi curiosidad tan solo ni una vez. Debí haber entrado a aquel negocio incomprendido. Y es que ése hombre sentado en ésa mesa no tenía ni siquiera un libro en sus manos, ni un mate que convidase a él mismo. Y ahora leyendo a mi amigo sólo puedo reconocer que también yo lo comprendo, ahora sé que la culpable era ella... Y aunque sé que quizá nunca llegue a (...)