Hasta los dieciseis, cuando había fideos en la mesa, mi mamá me ponía un repasador como babero y me picaba los spaghettis en trocitos pequeños, de manera que se pudieran comer con cuchara y el trayecto plato-boca de la comida fuese menos interrumpido por la gravedad. A los diecisiete, fruto del esfuerzo didáctico de toda mi familia, aprendí a usar el tenedor. Significó el logro destacado por el que se brindó en la noche de año nuevo de 1999. Pero esto no siempre fue así. Me refiero a la didáctica (...)
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