
Gabriela Mistral
" Hay un lugar que no tiene adentro ni afuera. Una extrañeza encantada donde el tiempo suspende su lógica, la secuencia. Hay un entrar allí, un instante de gracia, cuando el yo retrocede, aunque acompaña, a la aprendiz. El régimen monocromo de las costumbres se fisura, y hay juego, hay sacro, un ritmo pulsional que arrebata convirtiéndose en sentido. Se es única, se es previa a toda diferencia que marca la entrada de las formas, de lo otro, de la infinita secuencia con que la vida se expresa.
(...) La Gabriela Mistral que me ha enamorado es madre y es amante, que se dice, se escucha, nombra el mundo de las formas que nos separa, "porque mi cuerpo es uno, el que me diste / y tú eres un agua de mil ojos". La Mistral, pura ofrenda en la pradera del sueño. Allí, la extraordinaria hechicera ordena: "sube al monte / y me cortas las flores blancas / como nieves, duras y tiernas". Sube, ha dicho, porque "yo nunca dejo la pradera". La aprendiz no pregunta por qué no la deja. ¿No puede, o no quiere la hechicera? Demanda la gloria del mundo mediante el actuar de su aprendiz. Sólo puede cumplir con su destino, disolverse, si la otra ocupa su lugar, a través del pavoroso insight de la muerte —Muerte que "ya nunca más se moriría" dice el romance, no en vano este poema forma parte de la secuencia Historias de loca. En esta sección de Tala, Gabriela Mistral, que borra el nombre de su padre y se da nacimiento como poeta de un rito completo: "Soy vieja; / amé los héroes / y nunca vi su cara, dice "La Cabalgata"—, otorga aliento épico al lirismo más puro. "La aventura, quise llamarla, mi aventura con la poesía", anota a pie de página, ¿ingenua o resguardándose, de tal violencia amorosa, la Mistral? Hablo del poema "La Flor del Aire".
Los matices de la pasión estallan en este sueño de versos endecasílabos, homenajean al cantar de los cantares, a fray Luis, a Juana Inés, al ardor de los místicos y a la belleza violenta del paisaje americano. Cubriéndola frenética de las flores que en cada ascenso recogía y buscaba. Pero nada basta. En el exceso del goce, "loca de oro", la hechicera exige, aquellas de color del sueño, las que "no estaban en las ramas". Exige, la pasión inútil, el encontrar sin buscar; el hallar, para nada. Exige a la aprendiz ser la reina, mientras ella, sonámbula, se disuelve y deja la pradera. "Te has cedido al paisaje cardenoso", advierte en "La Fuga". Mistral se escinde, hija y madre —lo que no es femenino, o niño, es estatua o estética—, y se integra en el drama de la imposible unión. Ahora, ella y su lectora van juntas, con rostro propio, mientras la reina, "delante va sin cara".
Fragmento del texto "La Aprendíz" , de Diana Bellesi.