Literatura Urbana
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Caminar por la calle transmite sensaciones de todos los colores y gustos, pero uno debe estar atento para percibirlos. En general sucede que vamos nerviosos, apurados, con hambre, pensando en la mala racha de Boca o en esa mujer que no nos da bola, y entonces nos perdemos todas esas historias que la calle nos regala por sólo estar ahí, mirando.
La calle no es sólo el asfalto y la vereda, entiendasé. Tampoco se completa si sumamos los cordones y las esquinas. La calle es todo lo que hay afuera: los peatones que visten celulares de mil pesos, los obreros de la constucción que piropean profesionalmente, las vidrieras con maniquies de cintura diminuta, los miles de pibitos que manguean o venden alguna chuchería en cada esquina, los policias sospechandome violador en el parque, las minas hiperproducidas que van a comprar arroz de oferta al Disco, los artistas callejeros tantas veces mejores que los otros e igual o más postergados. Hay infinitas historias en la calle, sólo falta contarlas.
Suelo divertirme caminando, y no es que lo busque, pero a veces me sorprendo en plena risa y me tengo que sentar a agarrarme la panza. La gente a mi alrededor queda atónita y me doy cuenta que se acomodan el pelo y se levantan el pantalón por las dudas, creyendo que me rio de ellos.
Ya me pasó muchas veces. Una fué sobre la calle Rivera Indarte, cuando descubrí un diminuto local que anuncia en su ventana "AQUI PANCHO ELECTRONICO". No resistí la tentación y me acerqué a ver de qué trataba esa tecnología gastronómica, y era algo asi como una maquinita (eléctrica) que envolvía las salchichas en una especie de panqueque caliente. Me duró la diversión como dos cuadras .
Ayer, caminando por Velez Sardfield antes de llegar a San Juan encontré una peluquería que prolijamente anuncia "PELUQUERIA NEGRETTE. CORTE MODERNO A NAVAJA". Sé que así carece de gracia, pero si Uds. vieran a los dos viejitos que atienden con la navaja en la mano menos temblorosa y un frasco de Glostora frente al espejo, se reirian conmigo.
Otra de peluquería está acá cerquita, sobre la misma calle de mi edificio. No suelo burlarme de los errores ortográficos cuando provienen de gente que no es pedante, que no intenta ser más de lo que es, como la verduleria que ofrece "serezas" con tiza mojada en el pizarrón gastado de las ofertas. Pero esta "PELUQUERIA UNICEX" (así, con C) está en local de planta baja de un edificio cheto, y el error se encuentra en la pretenciosa lámina serigráfica que decora el local junto a la imagen de una modelo rubia.
La Catedral no está excenta de mis antenitas de vinil. Hoy saqué una foto a la entrada lateral que ofrece "Ingreso a la Catedral para Turistas $3. Incluye Guia". Yo no entiendo de estas cosas, pero creia que redimir pecados en la catedral era gratis. O al menos se pagaba en padrenuestros y avemarias.
No todo son carteles; también presto atención a la gente que labura. En la esquina de Estrada y Buenos Aires hay un señor que cobra a quienes estacionan sus autos en esa zona. Algunos lo conocen como El Loco de la Estrada y otros como El Atleta, y esto es porque aunque se encuentre en una punta de su territorio, si hay un auto estacionando 50 metros más allá, él llega corriendo a pasos agigantados en cuestión de segundos. Y a ponerse con la moneda.
Hasta ahora no he jugado ni siquiera un partido de fútbol, y eso no es por falta de oportunidades. Basta ir al Parque a cualquier hora, y acercarse al picadito de turno. Hay guasos chivando tras la redonda a cualquier hora, y es corriendo por esos lugares cuando estuve más cerca de cordobeses de pura cepa.
Paasala chepaipudo, negro hediondo, hasta mi agüela lo hacía a ese gol - le recrimina uno.
Andáaa, si vó sabé meno e fulbo que tu hermana de virginidá - se defiende el otro con estilo.
El fin de semana aparecieron pegados por la ciudad unos afiches tamaño A3 . Comparado con la cantidad de publicidad gráfica que hay, estos son chiquitos y menos vistosos por ser en blanco y negro, pero yo me quedé gratamente sorprendido. Se trata de una Revista Mural (que acusa el Nº 2) llamada Aldea Primitiva. Les transcribo uno de sus texto, que copié en mi agenda parado en una esquina, mientras los transeúntes me esquivaban como a un estorbo:
(...)Como cuando después de bajar caminó sin sacar las manos de los bolsillos. Iba acariciando dos caramelos ácidos, los hacía jugar entre sus dedos; parecía como si el anillo que le oprimia el anular quisiera cobrarles peaje.
Cruzó la calle (esa que Ud. cruzó hace un momento), se detuvo y leyó hasta la última palabra. Nunca desenfundó las manos ni soltó los caramelos, que a esa altura estaban mareados o ya se habian acostumbrado a pasear de yema en yema.
Uno de ellos, creo que el rojo, le coqueteaba al anillo, se le insinuaba y hasta le propuso algo indecoroso en una de las pasadas.
Luego siguió su rumbo, que quizás sea el mismo que Ud. siga cuando termine de leer, aunque ella no hizo caso a los ojos que le miraban la nuca mientras leia.
Si ya sé, a Ud. no le gustan los caramelos ácidos.
Muy lindo, pero lo cierto es que cuando leia yo no tenia ojos atrás mio ni nuca adelante. Mas al contrario, justo cuando terminaba la transcripción con horrible caligrafía pasó una hermosa traficante de curvas, y ni siquiera me sonrió. Y a mi si me gustan los caramelos ácidos.