El Engañador

, por Martín Gaitán

Desde que tengo internet en el departamento escribo menos que cuando paseaba el diskette en el bolsillo. Y será casualidad, pero desde que tengo internet en el departamento volvió tal calor que ya andan Satanás y los Demonios felices por la calle. ¡Ajá! me acaba de llegar la sospecha de que mi enemistad con el teclado tiene que ver más con lo segundo.

Tengo mucho para contar de estos dias, pero también mucho de cosas que he recordado sentado, durmiendo, comiendo o discutiendo sobre el sexo de las Hormigas Coloradas de Sri Lanka.

Es que, como dice Bersuit en una canción, "no hay fracaso más rotundo / que haberse venido al mundo / pa´ morirse y nada más... ". Eso es algo que toda la pandilla sabe muy bien, y lleva el antídoto en la sangre: vivir como caza-anécdotas. Para contarle a nuestros nietos.

Hay para narrar por horas, hasta que pidan por favor basta. Cuando existen dos pandilleros en una ronda de mate o alcohol, y la situación amerita un relato verídico (aunque decorado con colores y brillantinas), se aprovecha y se cuentan varias, entre risas y envidias de los presentes.

Por eso, para no aprovecharme de mi memoria mal paga, creé esta sección donde descasarán las palabras de nuevas y cotideanas historias, y aquellas que se tambien se guardan por ahi, bien cerquita del alma.

Para este ejemplar les tengo una que, por ahora (solamente por ahora), pertenece a las primeras. Se trata de la más reciente reaparición del Engañador, un amigo que a veces (en las situaciones que lo necesitamos) nos visita.

El sábado volviamos con Dany del trotecito en el Parque Sarmiento, que es casi tan lindo (nada en el mundo puede ser mas lindo) como el Parque San Martín de Mendoza. Correspondiendo con la pregunta de rigor de un sábado a la nochecita pasabamos por el Supermercado Disco, ese monopolio de acá a la vuelta.

— Ché, ¿y si compramos un fernecito?
— Bueno, dalehabré dicho cual parafraseando a la vomitiva e hipnotizante publicidad de Coca Cola.

El Fenet Branca está tan alejado del poder adquisitivo de los estudiantes, y parece ser tan necesario para la felicidad de algunos, que se lo suelen robar. Por eso en la gondola sólo figura el abultado precio y para comprarlo hay que solicitarselo al cajero. Nosotros, humildes, agarramos el Capri de 7 con 50.

Pero sí, intuyen bien queridos amigos, faltaba la gaseosa de la vomitiba publicidad y no teniamos envase. Creerán que no, pero esos ochenta centavos de diferencia entre la retornable y la descartable fueron motivos sufientes para que aparezca nuestro superheroe.

— Vos hacé la cola, y cualquier cosa esperame un cachito — me dijo ya doblando la gondola de los desodorantes.

Justo a tiempo regresó con un papelito en la mano.

— Acá está el vale del envase que trajimos — y me dió el ticket que, aunque nunca habia visto otro, supe original. Sonreí con disimulo mientras aseguraba no tener "Tarjeta Disco", recibi el vuelto y salimos hablando del partido de ayer.

Doblando la esquina pregunté:

— ¿Se puede saber cómo hiciste?
— Los envases vacios los dejan en cajones al costado de la cola que hay que hacer para recibir el ticket; solo fui y agarré el mas bonito de todos. Cuando me llegó el turno se lo di a la chica que parecia cansada, y de paso le regalé un muchas gracias.
— Muchas gracias por los ochentas centavos, le hubieses dicho a la mina.
— No, no.... yo no le agradecí a la mina, le agradecí al Engañador.