Chicas

Jorge Lanata

, por Jorge Lanata, Martín Gaitán

A los dos años los ojos de mi hija eran los ojos de un bebé: una mirada curiosa y atolondrada. Fue por esa fecha cuando, de pronto, ella comenzó a mirar distinto. No sé si eso sucede en todas las bebas de dos años, pero en aquel momento la mirada de mi hija se volvió encantadoramente oblicua y distante, y se notaba en sus ojos que ella se había vuelto mujer. De un día para el otro los ojos de Bárbara habían construido un secreto: su mirada tenía algo que yo no iba a alcanzar jamás. En sus ojos y en su piel -que es también mi piel- había crecido, de pronto, un endeble pero impenetrable muro de hiedra.

Conocí durante mi infancia en Sarandí mujeres con ése y con otros secretes. Conocí mujeres que arrastraban un sueño roto, y salían todos los días a la misma hora a barrer la misma vereda, con la mirada perdida hacia la Avenida Mitre, esperando a alguien que no iba a volver.

Conocí también mujeres extranjeras de todo, que comían, y comían, y comían, y se defendían comiendo.

Conocí a otras mujeres que cuidaban a sus pollitos con el recelo de las gallinas, y que vivían con hombres que les eran fieles como perros aburridos. Escuché en mi vida, de las mujeres, los argumentos más increíbles y encantadores: una mujer puede hablar con una convicción de Premio Nobel sobre una cosa que se llama henna y que es un barro egipcio que te tiñe el pelo de colorado.

No sé qué le pasa a las mujeres con el futuro, qué desean y temen; aunque están, por naturaleza, inclinadas al futuro.

Conocí muchas, muchísimas mujeres aburridas -¿por qué siempre pensaré que su aburrimiento es culpa de los hombres?-Son mujeres que casi dejaron de serlo. He visto cómo, las mujeres, ordenan cajitas, pedacitos de tela, papel de envolver, piolines de papel regalo, entradas de cine, recortes de diario, fotografías, llaves viejas, ramitas; cómo meten o sacan todos esos objetos de bolsos, o cajones, y putean porque jamás encuentran nada.

He escuchado a mujeres citando exactamente situaciones que yo nunca recordaría y las he visto también mirándose entre sí, como los tigres que se rodean, olfateándose, dentro de una jaula.

He visto también mujeres alegres, y muy alegres, y un poco borrachas, o borrachas del todo, y siempre tienen un tajo de tristeza que les aparece en el alma. Algo que se perdió, que se está perdiendo; tal vez sea el tiempo, una especie de gusanito que les camina por el brazo.

Es inexplicable la relación de las mujeres con las plantas, tan inmóviles y dependientes, tan subordinadas, iba a decir: tan atadas a los ciclos y quizá sea esa sujeción la que las une: los ciclos de la luna, la lluvia, la tierra, el sexo, la maternidad.

Descubrí en un hombre la mejor definición de las mujeres, en Caetano Veloso cuando dice que “Tigresa, con algunos hombres fue feliz, y con otros fue mujer”. Otro padre, Vinicius, el viejo vica, fue acusado de machista cuando escribió que las chicas, en la noche, “rehacen misteriosamente su virginidad”. Creo que también condenaron a Ernesto Sabato cuando dijo que la mujer contiene y el hombre expulsa, y que entonces es el ser físico el que les condiciona el alma.

Sinceramente no sé cómo son, y no creo que tampoco sean como me las imagino. Nunca vi a los hombres peléandose tanto entre ser niños y padres a la vez. Hay hombres con carnet vencido, que se creen adultos, y hay hombres-niños definitivos, que caminan por la cornisa. Pero mujeres sí: siempre vi mujeres peleándose con el espejo: primero son nenas que acaban de romper un vidrio, de pronto madres, después tías solteras.

Mujeres en un mundo de hombres, condicionadas por lo involuntario, obligadas a la belleza. Conocí mujeres junco y mujeres topadora, y creo que todas sabían que la belleza es sólo un estado de ánimo.

Conocí también mujeres cínicas, y parecen hombres. Conocí mujeres viejas encantadoras, y no hay nada más encantador que una anciana encantadora ejerciendo la seducción de su especie. He visto a mi mujer pocos minutos después del parto y no hay ninguna mirada que pueda compararse con la de quien acaba de dar a luz: ojos llenos de plenitud, y de violenta confusión.

Supe también, por las mujeres, que muchas veces la fuerza es la debilidad y la debilidad es la fuerza. He visto a muchos hombres —a mí mismo, por empezar—preocupados por averiguar el pensamiento de las mujeres: “Uno puede respetar en una mujer la libertad de costumbres, pero nunca la libertad de espíritu”, bromeaba Paul Eluard. Soporto que te acuestes con otro, pero no que pienses en él. ¿En qué pensás?

Son realmente increíbles estas chicas con secreto incorporado que pueden matarte por envenenamiento y que construyen, con lentitud, la telaraña que sea. Ahora quizá se sonrían por lo poco que, quien les habla, sabe de las mujeres. Y en el fondo no es malo que toda esta perorata haya servido al menos para que se rían, porque algunas de ellas se ríen poco, y les encanta reírse, pero no lo dicen, porque vaya a saber quién les robó sus muñecas.

Sí; ya sé lo de las mujeres científicas, y de las pioneras en algo y -no quiero ser frívolo, que se entienda bien- ya sé también lo de las putas e injustas diferencias de salario, y los tipos sobones, y los planes de esterilización, y los ex maridos que no te pasan un mango, y las minas golpeadas, y las madres solteras.Pero no quería acordarme esta noche de todo eso. Trato de trabajar mejor para que eso no pase. Creo en la igualdad entre los sexos porque creo en la igualdad, no en los sexos. En los sexos no se cree, los sexos son. Pero la igualdad se construye, y se pelea por ella.

Sabías que ayer fue el Día No Sé Qué de la Mujer, y quería decirte eso: que son increíbles, e inaccesibles, y que ojalá tuviéramos los hombres su capacidad para soñar, y sus chispitas en los ojos.

P.-S.

Chicas, Jorge Lanta. Leído como editorial del programa radial RompeCabezas, 9 de marzo de 1995. Publicado en el libro “Vuelta de página” Ediciones J. L. Y Asociados (1997)