Cartas de amor efímero II

, por Martín Gaitán

Bella Ailín:

Vengo ideando este email desde hace unos dias, recordándome que tengo que escribirte y mandarte las fotos, y ahora que tengo el coraje y las ganas me doy cuenta que no tengo las ideas. Qué problema.

¿Por dónde debería empezar? Supongo que por el principio: soy Martín, el fotógrafo golpeador de Las Grutas. ¿Te acordás de mi?

“Fue en un pueblo con mar, una noche, despues de un concierto...” canturreaba mi amigo en su guitarra. Vos estabas ahí, con las sonrisa perfecta y la luz necesaria para una fotografía. Casualidad: la noche anterior ya te había visto, sobre la misma arena, a escasos metros de ese mar que amo tanto.

Los amigos de la ronda, “...uno a uno, se fueron marchando. Luego todo pasó de repente...”.

Y aunque a nosotros la luna nos encontró vestidos, fue una linda noche. Desde amagar con esos viles simulacros paciente/psicóloga que suelen terminar en llanto, hasta el beso en la única farola de Las Grutas, con el foquito quemado y el vidrio roto, pero acariciada por el sol más bonito de los últimos siglos.

«En busca del ibuevanol perdido», aunque suene a parodia bizarra de Indiana Jones, caminamos hasta tu hospedaje, cuatro bajadas mas allá. Te dolía, y a mi me dolían las ganas de morderte la boca.

Y siguió todo lindo, me gustabas mucho y me sentía bien, incluso con el olor a gas de tu casa alquilada.

Me permito un par de indiscreciones: horas después, caminando por la playa, con los ojos trizados y el almita llena, elucubré una teoría conspiratoria digna de mi paranoia freak. La cuestion era ¿cómo pudiste recibir un llamado tan inoportuno (para mi/nos)? ¿qué hubiese pasado si no te sonaba el teléfono en ese momento? Mi teoría paranoica indica que alguna de tus amigas, presurosas en cuidar tu integridad física y, sobre todo, moral, envió un sms al teléfono taurino.

La otra indiscreción es algo mas dulce. Te acordás, después de un beso rico y antes de que se despitucara la situación con un malentedido, te conté mi sueño recurrente: el del superheroe espontáneo. Más o menos así: a veces sueño que tengo un poder que ni siquiera yo conozco, uno que me convierte en héroe de historieta y adopta distintas formas. Por ejemplo, me convierto en el bailarín que con sus pasos conquista a la femme fatal de la noche
— tiene gracia sabiendo que soy un queso bailando—, o el jugador ignoto que en la primer pelota que recibe hace una jugada maradoneana y convierte el gol con el que su equipo es campeón.

Esa introducción o una parecida hice para decirte que en ese momento soñaba con que mi poder desconocido adopte la forma de saber las palabras para conquistarte rotundamente. Como si fuese una contraseña, un conjuro mágico que me abriera la compuerta de tu alma, o al menos, que destruyera tu celular que seguía sonando.

Igual salió bien porque como no sabia esas palabras me di cuenta que no estaba soñando, que eras de verdad, que estábamos ahí los dos, y entonces te besé de nuevo y fue una sensacion de verdad y placer que lo valió todo.

Y aunque fue en otro tramo de la charla (¡cuando me hablabas de drogras desconocidas!) parafraseo palabras que que salieron de tu boca: estuve, por un ratito, flotando en amor.

Como te dije en el mensaje de voz que dejé en tu teléfono, me hubiese gustado un abrazo y un chau, y debo confesar que reprimí el impulso de aparecer en la terminal a las 5am, hora de tu partida.

Sé, porque me estoy volviendo viejo y sensato, que es dificil que te vuelva a ver. Pero en los restos de soñador que me quedan guardo la ilusión de que alguna vez pase, de que con otro almanaque en la pared pero una noche igual de hermosa yo repase los escalones de la cuarta bajada y vos estes ahí, sentada en el mismo lugar de esas dos noches. «Hola, te puedo sacar una foto», te voy a decir.

Hasta que eso pase, que estas palabras acompañen la espera.

Besos en tu dulce boca. Martín.