Cartas de amor efímero I

, por Martín Gaitán

Eran las 4 de la mañana y parece que la neurona —ultimamente es así, en singular— se me quedó enredada en el calzoncillo. Nunca pasé de esos dos renglones: cuando un pichón de idea parecía querer romper el cascarón, los dedos se me trensaban de una forma extraña y terminaban escribiendo en un idioma ilegible cuya traducción al castellano carecía de sentido. Ojo, no quería escribir un ensayo malolientemente academicista. Simplemente quería unas palabras que te dieran el beso y el chau que no te pude dar, y darte el abrazo que el mar patagónico me pidió que te diera.

Cayó el lunes y con él el final de mis vacaciones. Tuve que sentarme a programar para un trabajo final de una materia y se me pasó toda la semana. Sorpresa grata que me escribas vos.

Ahora estoy de vuelta en Córdoba, ya rendí y aprobé esa materia —con un adrenalínico desenlace porque el programa no funcionó hasta minutos antes de presentarlo— y estoy ordenando mis cosas, sobre todo la cabeza, para empezar el cuatrimestre.

Al final no llegamos a Pirámides. En la casilla de peaje el tipo nos dijo que el puerto y todos los caminos estaban cerrados, noticia que tiró nuestra ilusión de poder al fin ver ballenas de cerca. Como igual teniamos que pagar la entrada a la península para conocer el pueblo y encima conducir más de 100km, optamos por regresar. Lo que hicimos fue costear el mar por El doradillo, y ahí estaban, esperándonos en cada una de las playas y miradores, las ballenas. Nosotros y algunos osados pescadores que parecían inmunes al frío éramos los únicos espectadores de semejante espectáculo: eran varias, a poquitos metros de la costa, y en su hora de juego.

Después de acabar memorias y rollos de las respectivas camaras, y saludar hasta la próxima, emprendimos la vuelta. Una noche en Las Grutas con mi viejo —que estaba ahí hacía unos dias—, pizzeada y fin de un lindo y breve viaje .

Poco sé de vos, Dani. Poco nos conocemos. y no sé si alguna vez nos conoceremos más. Por ahora disfruto escribirte estas palabritas y el recuerdo grande del tiempo chiquito que nos cruzamos.

Parcial intento de reconstrucción: un pelotón de camperas con patas entraron al comedor de hostel, entre ellas yo. Vos estabas en la barra hablando con nuestro "gran amigo" el dueño y te vi, o —supongamos— nos vimos. Despues viste tele, dejaste de verla, hosjeaste un libro, dejaste de hojearlo y te fuiste. Todo sin quitarte esas chispitas tristes de los ojos.

Confieso que observé cada uno de tus movimientos hasta ese último, cuando te fuiste. No sabía, por ejemplo, que estabas en nuestra misma habitación. Cuando fui, mi intención primaria era hacer pis, que como seguramente sabés, se multiplica con el frío. Nada estuvo premeditado: al entrar te vi acostada sin taparte y con frío, y algo, quizás ese mismo brillo que había notado, o tus labios resecos, o tu gesto cansado o no sé qué, me inspiraron ternura y ganas de acostarme ahí, con vos, abrazarte así, sin más, sin preguntarte nada, ni cómo te llamás. Ganas que, por supuesto, supe reprimir. Que feo, ¿no? Torpemente dije «hola, como estás», aunque casi que era obvia la respuesta. Bastante del resto fue mérito tuyo.

En el viaje de vuelta estuve pensando en vos, en que te habría pasado esos días en tu lugar, ese que elegiste cerca del mar. Tejía hipótesis con retacitos de tus frases y tus gestos; todos los que pude recordar. Por ejemplo, te imaginé en un atardecer violáceo trepada en una tela que caía desde el cielo hasta el mar, sostenida con el nudo de tus piernas, acariciando una ballena. Entre la nostalgia y la felicidad, lugares que a veces quedan cerca pero nunca en el mismo lugar. Así te pensé. Y borracha, y sola, y algo depre, pero con el alma entera y el futuro lleno de planes y ganas. Si, ya sé: con voz de conejo de Nesquik decí conmigo «demasiado cursi para leerlo despacio».

Bueno, mujer, dejo acá. Quizas alguna vez nos veamos de nuevo y yo tenga el calzoncillo al derecho y vos estés sin tanto frío probablemente trepada nuevamente en una tela y charlemos como en esa escena de Spiderman —perdón por la frivolidad cinématográfica— en la que él está colgado boca abajo. El final de la escena no es excluyente. Mientras tanto, podes escribirme de nuevo, y prometo ser sincero y contestar si tengo ganas —inserte guiño aquí—.

Besos. Martín.