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Artículos de esta sección

  • No amarse ahora, pero haber amado

    , por Martín Gaitán

    No amarse ahora, pero haber amado. Y encontrarse otra vez... Recuerdo grave como el de alguna flor de aroma suave que se mustia en un libro ya olvidado. Va surgiendo el recuerdo desvelado: una palabra, un gesto... Es una clave que nadie descifró, que nadie sabe; recinto nuestro, cántico inviolado. Estamos en silencio, frente a frente. Y sin verte, yo sé que me has mirado con no sé qué recuerdo transparente en los ojos lejanos... No has cambiado. Y es dulce estarse así, indolentemente, pero (...)

  • Cartas de amor que se queman

    , por Martín Gaitán

    Ay niña no queda nada de todo lo que soñamos nuestro amor son estas llamas que estan quemando mis manos nuestro amor son estas llamas que estan quemando mis manos Son como una ala de luto volando papel quemado las cartas donde lloraba este pecho enamorado las cartas donde lloraba este pecho enamorado Flor del olvido cartas de amor el que las quema no sabe que enluta su corazon el que las quema no sabe que enluta su corazon Yo no se porque la pena por tus ojos se va lejos y no se porque (...)

  • Obdulio Varela, El reposo del centrojás

    , por Martín Gaitán, Osvaldo Soriano

    Historia de vida , tal como se la conocía en el suplemento cultural de La Opinión, era una de las formas más difíciles del reportaje. Consistía en escuchar, ante un grabador, durante cinco o seis horas—tal vez más—, a un hombre o una mujer que reconstruían los mejores—o los más terribles—momentos de su existencia. Luego había que comprimir sin reducir, restituyendo a la vez el sabor del relato, el estilo narrativo del entrevistado. Carlos Tarsitano, Ricardo Halac, Julio Ardiles Cray y yo practicábamos el género en La Opinión. Esta entrevista me fue sugerida por Hermenegildo Sábat, quien ilustró en el diario casi todos los textos que contiene este volumen.

  • Cuento de horror

    , por Martín Gaitán

    La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo: — Thaddeus, voy a matarte. — Bromeas, Euphemia — se rió el infeliz. — ¿Cuándo he bromeado yo? — Nunca, es verdad. — ¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio? — ¿Y cómo me matarás? — siguió riendo Thaddeus Smithson. — Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una (...)

  • Ajedrez

    , por Jorge Luis Borges, Martín Gaitán

    I En su grave rincón, los jugadores rigen las lentas piezas. El tablero los demora hasta el alba en su severo ámbito en que se odian dos colores. Adentro irradian mágicos rigores las formas: torre homérica, ligero caballo, armada reina, rey postrero, oblicuo alfil y peones agresores. Cuando los jugadores se hayan ido, cuando el tiempo los haya consumido, ciertamente no habrá cesado el rito. En el Oriente se encendió esta guerra cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra. Como el otro, este (...)

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